quarta-feira, 9 de maio de 2012

Cardenal

Ernesto Cardenal: otro poeta de Getsemaní Virgilio López Lemus • La Habana Foto: Alejandro Ramírez (La Jiribilla) Dice el Evangelio que Cristo se apartó a Getsemaní y puso allí su faz en oración frente al Padre. La oración es una profunda forma de la poesía humana. Si la poesía no “cambia” al mundo (como querría el francés Rimbaud), al menos es buena para reformarlo, ella tiene un poder llamémosle salvador, “crístico”, y esto lo descubrió el poeta nicaragüense Ernesto Cardenal (1925) desde las tres vertientes centrales de su poesía: la íntima amorosa, la social comprometida incluso políticamente, y la que me gustaría más llamar “cristiano-cósmica”, que con el simple término de “religiosa”, o “de fe” o solo “cósmica”. Toda su poesía es de fe. Desde el influjo de la lírica de lengua inglesa, Cardenal fue uno de los primeros poetas hispanoamericanos que se lanzó de cuerpo entero al tono conversacional, porque deseó hacer poesía comunicativa, de servicio, que hablase directamente al hombre y a la mujer como se haría desde el oficio sacerdotal, aquel que aprehendió en el monasterio de Getsemaní, en los EE.UU., donde la lectura de Ezra Pound y el casi inevitable influjo del coloso Walt Whitman, lo llevaron a un verso abierto y franco, que él quiso llamar “exteriorista”. Defendió teóricamente su definición en contra de una poesía cuyo intimismo abusaba de "besos", "labios" y "lampos" granjeados del modernismo posdariano. Leo a Cardenal desde mi juventud, desde los Salmos hasta ese libro que he releído tanto y que nunca termino de leer llamado Cántico cósmico. Creo que este libro me ha influenciado más que como poeta, como “especulador”, como persona que quiere pensar en una Energía Inteligente que obre en el cosmos desde el Big Bang, y que como en la “Cantiga 11. Gaia”, se descubra que “la criatura viva más grande de la tierra es la Tierra”, en tanto la poesía se torna teorización, intelectividad, resonancias de ideas, palabras e ideas: poema (especulación), fuerza inspiradora que puede hacernos cambiar incluso nuestra íntima concepción del mundo. Y ya es bastante obrar sobre el mundo haciéndonos cambiar de concepción. Cuando terminé por primera vez, hace muchos años (1990), de leer Cántico cósmico, me pregunté qué hacían tantos académicos de la lengua española que no ponían incluso el Premio Cervantes a los pies de este poeta universal. Fueron llegando premios, no le han faltado al Cardenal de la poesía. Ahora se engalana el Reina Sofía con su nombre. Pero a mí luego me importaron poco los premios que él merecía en tanto leía versos como: “No hay tabú sexual en la naturaleza / ni hay ‘natural’ ni ‘antinatural’”, que parece reducirse luego a: “…transfiguración en lugar de sexualidad”, o una idea estremecedora: “Yo solo sé decir que si el tiempo es simultáneo / (pasado, presente y futuro simultáneos) / no hay nada enterrado en el olvido”. Ideas de franca especulación que van desde la metafísica a la física contemporánea: “Los electrones a través nuestro contemplan las galaxias”. Un pensamiento cristiano transformado en solidaridad: “Yo soy tú y tú eres yo. / Yo soy: amor”. O la idea de que la selección natural solo elije a los pacíficos, y que hay que morir para que nazcan otros. Filosofía, fe e “inspiración” poética se dan la mano de una forma más fuerte que la que ya nos había dado en sus Salmos: “Como el Universo es redondo / lo más lejano que podemos ver con un telescopio / es nosotros mismos mirando un telescopio / donde está la imagen de nosotros mismos mirando un telescopio”. Verdaderamente, a lo largo de los años he tenido oportunidades de acercarme a él en Cuba, hacer que alguien nos presente, darle la mano, saludarlo, decirle algunas palabras, enviarle quizá mi libro Aguas tributarias, que tal vez le gustaría. Siempre me paralizó un respeto “sagrado” ante el poeta Ernesto Cardenal. ¿Sería timidez, demasiada admiración, algún no sé qué que se me quedaba balbuciendo? Lo cierto es que lo conozco mucho, porque lo conozco en el alma de su letra, como uno puede conocer hoy a Quevedo, a Antonio Machado, a Fernando Pessoa. Un gran poeta como él debe recibir con orgullo todos los premios terrenales, pues recibió el don de la poesía y lo acrecentó para el servicio humano, y ojalá que este haya sido para él el primero de los Premios Celestiales. (La Jiribilla)

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